31 de diciembre de 2008

El niño y la estrella




El niño lloraba y lloraba, y nadie sabía por qué. Como por sorpresa, se dieron cuenta de que le asustaba la oscuridad. ¿Cómo podía ser, si había vivido siempre a oscuras? Uno de los hombres, entristecido por sus llantos, le regaló una bombilla. El niño no sabía lo que era, nunca había visto nada semejante. Podía ver todo aquello que él quisiera iluminar, y dejar penumbra a sus espaldas.
Aquel día el niño dejó de llorar. Lo que más le gustaba al niño era, sin duda, jugar a hacer sombras. Quizá porque sentía que así se vengaba de la oscuridad de su mundo hasta entonces, cuando ponía su bombilla entre su rostro y sus manos, y veía como en la tierra se representaban las más monstruosas y divertidas figuras, hechas de la sombra de sus manos tras la bombilla, no podía parar de reír. Apenas hablaba con los otros niños, ni siquiera sabía qué hacían, su bombilla y sus sombras eran todo para él...
Sucedió que una noche, mientras caminaba por un sendero mirando a su bombilla, ésta pareció apagarse. Como una cerilla consumiéndose, la bombilla dejó de ser más luminosa que su alrededor. Pero el niño sabía que no se había apagado. Lo comprendió al levantar la cabeza. Su luz, la que tantas sonrisas le había dado, con la que tan divertidas sombras había creado, había sido devorada por la potentísima luz de una estrella. Su bombilla ya no proyectaba sombras, porque todo lo empapaba ahora la potente luz. Al contemplarla, el niño se quedó anonadado, aplastado por la certeza de que era la estrella más hermosa que jamás había visto, convencido de que no había otra en la bóveda celeste que le cubría. 
Al principio no supo qué hacer, se sentía triste por su bombilla y, tras darse cuenta de lo insignificante que era su luz comparada con la de la estrella, el niño arrancó a llorar. Pasado un rato, decidió volver a la cueva. Pero al bajar la cabeza y darse la vuelta para desandar sus propios pasos, sucedió algo increíble... Con la luz de la estrella detrás suyo, el niño pudo ver su inmensa sombra delante de él, sobre la tierra del camino por el que había venido. No era ninguna de esas pequeñas sombras difusas a las que solía dar forma con las manos, no... Esta vez, con esta luz, podía crear las sombras que quisiera, utilizar todo su cuerpo, inventar figuras que ningún otro niño podría siquiera haber imaginado. El niño se volvió de nuevo. Es una estrella genial, dijo, y su sonrisa apareció de nuevo en su rostro, más grande de lo que había sido nunca, más luminosa que cualquier bombilla.
A partir de entonces, iluminado con esa potente luz, el niño se dio cuenta de muchas cosas. Los niños que vivían cerca de su cueva, con los que apenas había hablado nunca, todos tenían una bombilla. Pasaban el día jugando con sus bombillas, haciendo pequeñas sombras, como hacía él, pensó. El niño se dio cuenta, de que antes de conocer a esa genial estrella, él era uno más de esos niños, perdidos en mitad de la gente, cada cual con su bombilla. Se acercó a ellos. Pero comprendió que los niños, cada cual con su bombilla y sus pequeñas sombras, eran felices, todos sonreían. Y entendió también que, si sólo él podía ver a la estrella, no sería justo contárselo a los demás, pues podían sentirse muy tristes con el desengaño de saber que sus bombillas apenas alumbran. Por eso decidió no hacerlo. En lugar de eso, fue a buscar su antigua bombilla, para que cada vez que estuviera con otros niños, lo vieran jugar con ella (aunque él no la viera brillar, porque lo cubría la inmensa luz, sabía que la bombilla aún funcionaba a ojos de los demás niños), para parecer, al fin y al cabo, un niño más. Pero la verdad, su inmensa verdad, sólo la sabían él, y su genial estrella.

De repente, una mañana, sin saber por qué, la estrella desapareció. El niño no la vio al despertar. Su estrella había desaparecido y el niño se quedó a oscuras. Lloró durante varios días, y las personas que lo vieron, para consolarlo, le regalaron bombillas. Tenía un montón de bombillas, pero seguía llorando. Antes, no hace tanto tiempo, con una sola bombilla el niño era feliz; pero ahora, después de haber visto esa gran luz, ninguna bombilla era nada para él. Ninguna parecía iluminar, ninguna proyectaba la misma sombra. 
El niño solo podía pensar en aquella estrella, y la odió por desaparecer. Y lo que es peor, a partir de ese momento, odió a todas las bombillas, por no saber iluminar tanto como su genial estrella.



Cuenta una leyenda que, de los millones de estrellas que había en cielo, cada uno de los niños, aunque no lo dijera, veía brillar a una como una estrella genial, y mientras creían no ser vistos, cada niño le hablaba a su estrella, y se ponía debajo para hacer divertidas figuras con su sombra. Pero delante de otros niños, cada uno disimulaba, jugaba con su bombilla, y creía ser el único que tenía una estrella que ver.


30 de diciembre de 2008

Ahora sí

Ahora sí, señores, preparaos para la ya institucionalizada pachanga del miércoles, porque el fichaje que vais a hacer en invierno es el de mi continuidad. No podía ser que en tres meses, hubiera asistido a tres partidos. Pero año nuevo, vida nueva, y gracias al señor Bendala (que, nos haya aprobado o no, ha terminado su asignatura), ahora los miércoles son y serán para destrozar las nuevas botas.
Nos vemos en el campo.

(Por cierto, no son Puma, sino Lucky)

29 de diciembre de 2008

Personajes de cuento


Anoche hablaba con mi gran amiga Nuria sobre los cuentos... o más que sobre cuentos, sobre los personajes que querríamos ser. Ella apostaba por un hada, y me preguntaba qué sería yo.
Niños perdidos, príncipes azules, apuestos caballeros, piratas... nada de eso. Quiero ser un sapo. Uno bien feo y arrugado. Uno al que no se acerque cualquier doncella si es que no tiene claro a quién quiere besar. Uno que pueda ser un apuesto galán, sí, pero sólo si lo besan. ¿Y si no lo hacen? Me dedicaré a croar en mi charca, no debe ser un trabajo difícil para un sapo de cuento.
Es verdad que, siendo un sapo, no podré ser yo quien elija a la doncella que me besará, pero sí que puedo saltar en caso de que, quien venga a por mi, no sea de mi agrado. Puedo negar, mas no elegir. Sí señor, el sapo me viene como anillo al dedo.
Y tú, ¿qué personaje serías?


NUEVO BLOG: Quiero informaros que Nuria y yo acabamos de estrenar Cuentos de Ratón, podéis visitarnos aquí.

18 de diciembre de 2008

Equipo femenino de Arquitectura 2008-09


Esta tarde ha sido el último partido (de momento) de este gran equipo que nos ha ilusionado a todos. Cuando digo todos, me refiero a Nuria, Chari, Víctor, Antonio, Irene y un servidor. Y cuando digo "gran equipo", me refiero a toda la grandeza que se pueda imaginar, exceptuando los resultados: cinco partidos y cinco derrotas; pero el balance que me llevo, es el de cinco buenos momentos, y un gol dedicado. Gracias.


-- En la foto: Ana, Rocío, Lidia, Raquel, Miriam, Belén y Mari Carmen.
-- También jugaron: Cintia, Esperanza, Eva, Alive y Conchi

9 de diciembre de 2008

Enderezando el rumbo


Necesito una brújula nueva. Es la conclusión a la que me ha llevado el último de mis desvaríos, la última noche sin dormir por culpa de esta vida de horas perdidas entre los rumores de mi propia consciencia. Mi antigua brújula, la que yo creía que me guiaba, hace tiempo que no señala al norte, gira por capricho y vira repentinamente sin un rumbo claro, pero ya no quiero volver a mirarla. Necesito una brújula nueva, y si no la encuentro, me la habré de fabricar. No voy a seguir a la deriva, divagando por este mar inquieto hacia donde la marea me quiera llevar. No soy la sombra del marinero que un día fui, pero hoy quiero cambiar. Quiero volver a la mar, no importa la tempestad, mi camino es unidireccional. Atar mi nueva brújula al timón de los deseos y agotar hasta el último aliento en quitar el polvo a estas velas que me han de llevar. Izar la bandera para que todos sepan que he vuelto al mar, que este capitán volverá a navegar.



7 de diciembre de 2008

Harto

Harto de callar. Harto de evitar decir lo que siento, de inventar falacias que evidencien que soy uno más, que siempre fui normal. Harto de tener miedo a ser sincero. Harto, de temer decir otra vez te quiero.