20 de octubre de 2009

Otoño




Y de repente, una mañana decides quedarte a dormir. Sin un motivo más aparente que el del sueño retrasado, la frustración del tiempo perdido te lleva a levantarte entre prisas y calcetines del revés. Pero hoy es diferente. Porque abres la ventana y sientes los cambios repentinos. Porque sales a la calle y hueles el futuro más inmediato, bajo un tul de nubes grises que presagian que por fin, y aunque tarde, ha llegado el otoño.

Poco tardan en llegar, apenas a la tarde, las primeras lluvias, y esos primeros efluvios suaves de la tierra mojada, que el agitado viento de repente se anima a repartir a los incrédulos.
Hoy Vivaldi ha hecho caer las hojas con su leve giro de batuta, ha matado con su allegro el bochornoso no acabar del verano, dando paso al fin a las tardes de sofá, al ocaso tempranero, a los coloridos paraguas y a las imágenes grises a través de las ventanas cerradas.

Llueve, por fin llueve, y las primerizas gotas traen consigo los recuerdos del pasado y los del norte, y todos son bienvenidos, en este otoño tardío, como inolvidables fotografías del álbum de la melancolía. Ese álbum familiar que es rescatado bajo el rítmico repiqueteo de las gotas al caer, ése que se comparte en el acogedor sofá mientras la lluvia nos ofrece todos los olores que es capaz de arrancar. Olores que ahora, tan vívidos, nos recuerdan que no está tan lejos el otoño anterior.

13 de octubre de 2009

Elección




Creo que al fin lo he comprendido, ya ves,
y aunque no lo viera en aquellos días
se que tú, y sólo tú, ya lo sabías.
Las cosas imposibles, no dejan de ser.

A los sueños que no me despertaron
sólo yo les obligué a seguir hablando,
y seguía adelante, aún esperando
las conversaciones que no llegaron.

Así es tu amistad, tan imposible
como lo fue el amor que te quise dar.
Un pájaro que nunca será libre,

porque no se puede ya volver atrás,
porque no puede existir algo tangible
donde siempre, siempre hubo mucho más.



Elección. E-lección. Pues de todas las elecciones, además del sufrimiento de tener que hacerlas, hemos de tener algo que aprender. Hay cosas que no son compatibles, como poner esmeraldas en una pulsera de plastilina. Quizá un niño tonto y engreído se empeñaría en hacerlo, pero no es lo que he elegido para mi esmeralda particular. Si no pude ser su pulsera de oro blanco, no la voy a mantener pegada a mí de cualquier forma.

Todo o nada. Eso es lo que quise en el primer momento. Eso es lo que sigo queriendo para ella. Y no es que me disguste ser su pulsera de plastilina con tal de estar cerca cuando me necesite, pero, si no pude ser lo que quise para ella, no la pienso hacer sufrir más de la cuenta.

Se acabó, tuvo su fin. No el que soñé, pero un fin al menos. He elegido, y no creo haberlo hecho mal. Soy feliz, mucho.
También le corresponde serlo a ella.


6 de octubre de 2009

Instinto


Tenía un olor dulce, pero con un toque amargo que le hacía delirar al filo de lo imposible. No llegó a probarlo, pero aspiraba hasta la extenuación para impregnar sus pulmones de él. Se sentía un animal cuando expulsaba poco a poco su empalagoso aroma y, a veces, le repugnaba incluso pensar en lo que estaba acostumbrándose a hacer. Pero su olor, ese olor dulzón, pesado, amargo sólo en su justa medida...

No tenía lógica, lo sabía, al menos no la lógica que se esperaba de un hombre como él.

Sabía que lo instintivo era probarlo, beber el tan ansiado jugo que su cuerpo le pedía. Su textura, más viscosa que la miel, le hacía recuperar la poca cordura que quedaba en su conciencia humana. Y entonces, igual que ya había hecho las otras veces, se limitó a oler su sangre una vez más, y después de enjuagar sus manos pegajosas, abandonó el cadáver sin vísceras de la joven que lo había llevado a pasear.