21 de febrero de 2010

El Bosque de la Luz (6)




Así comencé a caminar, absorto, sin rumbo, pero con la cabeza alta, valiente, sin miedo. Hasta que, inesperadamente, empecé a oír los saltitos cada vez más lejos de mi. Las Alegrías, mis compañeras inseparables, se estaba quedando en el camino.

Me giré para esperarlas, pero no caminaban. Sonrisa pareció dar un paso para enfrentarse a mi mirada. Amistad y Primavera me miraban desde detrás de mi pájaro favorito.

- No podemos acompañarte esta vez.
- ¿Qué estás diciendo? – mi sorpresa no pudo ser mayor -. Puede estar aquí cerca, me lo dijo la Experiencia.
- Lo sabemos – contestó Sonrisa -, pero no vamos a ayudarte en tu búsqueda de la Felicidad. Lo hicimos con el Amor, pero esta vez, es diferente.
- Pero el Amor estará junto a la Felicidad, lo sé.
- ¿Y cuál de las dos te guía? Quizá te estés obsesionando.

Las palabras de Sonrisa tenían más dureza de la que podía esperar de cualquiera de las pequeñas Alegrías, esos pájaros indefensos que ni siquiera sabían volar. Decidido, la miré como se mira a un espejo para reflejar desde mi cara su nombre, y di la vuelta. No debía mirar atrás. El camino hacia la Felicidad era mío. Y no me frenarían los pequeños pies saltarines de unos pájaros cobardes.

Solo, y abrumado bajo un sol agotador, naufragué por los senderos de un frondoso matorral de dudas, frecuentado por negros alacranes que, según me daba la sensación, transmitían tristeza en cada picadura.

Y en frente de un rosal sin flores, lleno de espinas de color odio, una imagen horrible me hizo desacelerar el paso. Sin dejar de andar, por el miedo que me infundía esta nueva situación, contemplé la escena: una mujer, desnuda, con el cuerpo demacrado por las zarzas, y la piel tostada por el incansable astro rey, miraba sin pestañear un cuadro, o quizá una ventana abierta al mar, a una playa solitaria desde la que partió, según comprendí al ver su cara, el ser al que más quiso un día, y del que ahora sólo le quedaba el frágil recuerdo del tacto de su pelo.

Reconocí a esa mujer, de la que ya me habían hablado. Le decían la loca (del muelle de San Blas), y su nombre era Nostalgia.
De nuevo, di media vuelta y corrí mucho más que antes. Debía volver porque, si realmente quería encontrar a la gran Felicidad, no debía dejar jamás a las pequeñas Alegrías.





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