27 de junio de 2011

Morir o matar


A veces, en los descansos que le robaba a su abrumadora felicidad, aún sentía nostalgia de aquello que nunca tuvo. Se preguntaba los efectos que tendrían en él las drogas que nunca se atrevió a probar, y quiso saber si habrían podido parar esta vorágine de sentimientos que ahora hacían expulsar violentos borbotones desde su corazón, que hoy latía tan fuerte como aquella triste noche en la que tuvo que crecer de golpe.

Temía que los tormentos no le dieran descanso ni siquiera después de haberse liberado del yugo que aún le sujetaba a su vida de papeles, relojes, ordenadores y prisas.
Dudaba sobre la vida que tendría si, aquel día, ella le hubiera dicho que cruzara el portal. O si mucho después, él le hubiera pedido que dejara todo para huír. Quizás si ella hubiera levantado la cabeza de su sano vaso de refresco...

Pero ahora ya no tenía prisa. Estaba probando la más tentadora de todas las drogas en las que pensó. La más efectiva.
Aunque sabía que tendría irremediables efectos secundarios, no se arrepintió mientras la probaba, mientras disfrutaba cada gramo de pecado, cada sorbo de inmoralidad, cada chute de valentía.

Comprendió que, al final, se trataba simplemente de morir o de matar.
Pero él nunca quiso elegir.
Por eso decidió quedarse con todo. Morir y matar.

Y con una última carcajada, hundió el cuchillo en su pecho.