16 de octubre de 2008

La puerta

Es el punto de partida, he vuelto a llegar. Hace ya mucho tiempo que me perdí en este laberinto en el que no recuerdo ya ni cómo entré. La puerta estaba entreabierta, supongo, y mi curiosidad y la inocencia del que no ha visto el mundo me empujaron a entrar. A partir de ahí lo sospeché: no había puerta de salida. Aún así me adentré en el follaje, me perdí por entre los setos de ideas volátiles hasta que olvidé por dónde había entrado. Y entonces la vi, girando en una esquina por delante de mí, y la seguí. 

No recuerdo ya su rostro, no sé si lo tiene. Supongo que lo va cambiando, adaptando a las inquietudes y a los anhelos del que entra, pues casi todos buscan lo mismo. Pero entre nosotros no podemos vernos, y nos parece estar solos, donde sólo ella nos acompaña, donde sólo nos importa ella. Donde sólo con ella, o peor aún, con su recuerdo, estamos vivos.

Hacía tiempo que no la veía. Casi me había acostumbrado ya a no pensar en ella, estaba haciendo mi vida solitaria bajo un seto de este vasto laberinto, del que llevaba tiempo sin moverme por temor a perder ese lugar que ya había hecho mío. Pero hoy decidí levantarme. Fue esta mañana, después de haber dormido entre recuerdos de una vida pasada: soñé con el primer día, cuando entré en el laberinto de esta historia. Y entonces supe donde estaba la salida, que era la misma puerta por la que entré, y corrí a buscarla… La vi. La puerta estaba allí, esperándome. Cogí el pomo y me di cuenta. Era la misma puerta que atravesé hace tanto tiempo, y aunque estaba de nuevo entreabierta, no pude escapar.

Porque en aquella esquina, la de antaño, estaba ella. La he vuelto a ver, y a mi pesar, no la había olvidado. Quizá ahora tiene otro rostro, es posible, quizá ha mudado su piel. Pero de nuevo me ha invitado a perderme en el laberinto, y de nuevo la he seguido.


No hay comentarios: