Anoche soñé contigo. Sí, otra vez. Sí, después de todo este tiempo. Mi buena memoria me ha condenado a quererte siempre. Mi mala cabeza me obliga a hacerlo. Mi cuerpo débil no quiere dormir para no recordarte, para que no vuelvas, para no caer de nuevo en mi propia utopía, para no seguir viviendo por una quimera, por un imposible, una ilusión.
¿Y qué puedo hacer? ¿Acaso no he entendido ya que no te voy a olvidar? Te lo he dicho muchas veces, convencido por mi propio ego, y me lo he dicho a mí, resignado. Olvidarte es tan imposible como tenerte. Las dos caras de esa moneda que nunca llegaré a coger, que no alcanzaré jamás a ver, y que probablemente ni siquiera se forjó.
El misterio de tus ojos, la textura de tu pelo, la dulce sonrisa que cada mañana me aseguraba un buen día… Tu voz acaramelada leyendo una poesía, la finura de tus dedos al pasar la página.
Yo también he pasado muchas páginas. Quizás no con tu finura, quizás sin leer todas las poesías que las impregnaban. Pero las he pasado, me he atrevido a pasarlas una a una, siempre hacia adelante. Y he buscado otra brújula, he cambiado mi ruta, he salido a navegar con un barco hecho del papel donde escribí mis propios lamentos, el mismo que llené de lágrimas, el que armé con coraje después. Y sin embargo ningún faro me ha llamado a su puerto. Aquí sigo, perdido en el mar con un barco que nunca supo navegar si no es por las corrientes de tu oscuro río, de tus profundos ojos, de tu prohibida piel.
Anoche soñé contigo y hoy, no me atrevo a dormir. Y si lo vuelvo a hacer, no soportaré tener que despertar.