Tan sólo un cruce de miradas tensas,
atmósfera de odio caramelizado,
el recuerdo de un error desafinado,
de una amistad perdida que no recuerdas.
Un saludo que, quizá no entiendas
por qué te lo doy, cuando a tu lado
paso, y con tu orgullo encadenado
aceleras el paso, y me dejas,
virando sobre tus pies de fría nieve
helados por la sangre de tus venas,
pozos secos sin luz, mina sin fondo.
Y todo porque ninguno se atreve
a dar un dedo a torcer, apenas,
a cargar el perdón sobre sus hombros.
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