En sus viajes por el mundo, él aprendió,
moviéndose entre andenes, tan sólo con su ropa,
que Ítaca a menudo está dirección a popa.
Que la brújula que ella, una vez, le regaló
no miraba al norte, sino a las nubes grises
de la ciudad que recordaban viendo llover.
Que el invierno no era invierno sin un pecho que morder.
Y entendió que en su vientre había echado ya raíces.
Emprendiendo así la huida, pintó un mapa
y declaró como suyas las tierras de su sexo.
Representó con colores el frío, la lluvia, el calor...
Entre ellos una cruz, donde alzarían su casa.
Al llegar la noche, el plan ya estaba hecho.
Y su próximo viaje, lo haría sólo por amor.
moviéndose entre andenes, tan sólo con su ropa,
que Ítaca a menudo está dirección a popa.
Que la brújula que ella, una vez, le regaló
no miraba al norte, sino a las nubes grises
de la ciudad que recordaban viendo llover.
Que el invierno no era invierno sin un pecho que morder.
Y entendió que en su vientre había echado ya raíces.
Emprendiendo así la huida, pintó un mapa
y declaró como suyas las tierras de su sexo.
Representó con colores el frío, la lluvia, el calor...
Entre ellos una cruz, donde alzarían su casa.
Al llegar la noche, el plan ya estaba hecho.
Y su próximo viaje, lo haría sólo por amor.