9 de noviembre de 2007

Jugándonos la vida por Proyectos (tercera parte)

Fue entonces cuando una llamada de uno de los guardias por la radio del coche patrulla nos hizo temer lo peor: todos miramos a Tobalo - Rocco, los fines de semana -, y él, despavorido, negaba rotundamente con la cabeza "No, no pueden venir a por mí", evidentemente ante el temor que siempre le provocaba ver a esos curiosos personajes que visten de verde y detienen a los coches en la cuneta con su imitación de espada láser... La Guardia Civil.
Afortunadamente para Tobalo, alguien distrajo al duende verde con un flash. El Guardia, que a mi parecer estaba dispuesto desde un primer momento a capturar a mi amigo, giró bruscamente sobre su propio eje para descubrir y evidenciar al irresponsable que le acababa de hacer una foto sin permiso. Tras darle una pequeña charla sobre derechos de imagen, el defesor de la ley se fue hacia el coche patrulla para sacar unos papeles, no sin antes jurarle que tendría ajustes con la ley pronto...

Durante un largo tiempo de asimilación, y mientras nos comíamos los bocadillos en la cuneta, los agentes se negaban a darnos información sobre nuestra situación, si bien no paraban de moverse de un lado para otro atrayendo extremeños y hablando por la radio. En vista de que nuestra paciencia estaba ya llegando a límites considerables, uno de ellos explicó lo que vendría a continuación, algo que todavía no hemos entedido muy bien.
Cada uno de nosotros, formando una perfecta fila indioextremeña, tenía que dar información tal como su nombre y apellidos, teléfono, número de asiento que ocupábamos durante el accidente, nombre de nuestros padres, estado civil, preferencias sexuales... y un largo etcétera que, a día de hoy, todavía no ha cobrado significado.
Mientras hacíamos cola a las puertas del coche patrulla, sucedió algo insólito. De repente, el avión que nos sobrevolaba realizó un giro espectacular de 180 grados. Atónitos, observamos como volvió a repetir la pirueta hasta retomar de nuevo su rumbo para, segundos después, comenzar a hacer unos extraños giros en el aire, dibujando con una blanquecina humareda una trayectoria digna de una hábil libélula borracha. Sorprendidos primero, y aterrorizados después, nos preguntábamos unos a otros sobre el motivo de tales maniobras. En la cola del coche patrulla (que fue mucho más numerosa que el intento de cola de la INEM para la protesta contra el decretazo) se oían comentarios diversos:
- ¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¿Es Supermán? ¿Es Bocaseca-Man?
- Tío, ¿y si nos están espiando?
- Yo creo que eso es una avioneta que estará esparciendo semen de protozzo volador verbenero para salvaguardar la especie.

En fin, creo que no viene al caso valorar el motivo real por el que aquel aparato sobrevolaba de manera tan extraña nuestro autobús accidentado, y estoy convencido de que será otra de las incógnitas que siempre nos quedarán de aquel inolvidable vieaje a Mourão, como por qué el conductor del coche no vió el autobús o por qué los profesores se fueron en coche...
Lo importante es que la cola avanzaba y la Guardia Civil estaba recogiendo los datos de todos los alumnos de forma más o menos efectiva. El agente, queriendo aparentar que era de esos especímenes de Guardia-Cachondo (se caracterizan porque cuentan chistes de los que debes reírte, por malo que sea) soltaba algunas gracias esporádicas. La más lúcida de ellas la hizo tras escribir mi número de teléfono, que tiene cinco cincos, ya os podeis imaginar la gracia...
Fui el último de la cola, y tras darle mis datos íntimos al agente graciosillo, al fin pudimos regresar a nuestro gran vehículo suicida, a nuestro navío asesino, más rápido que la Perla Negra, más mortífero que el Holandés Herrante, el autobús "El Torero".
Por desgracia, había sufrido daños importantes en una de sus puertas, lo que limitaba su seguridad, y por órdenes de la Guardia Civil, sólo podríamos hacer unos pocos de kilómetros con él, concretamente los que nos separaban de Fregenal de la Sierra. Antes de partir, el Guardia-Cachondo hizo su última gracia, asomando la cabeza por la puerta del autobús y ordenando a los que estábamos sentados en la parte delantera, que si había algún bético a bordo, abandonara el autobús. Al gracioso agente de la ley no se le ocurrió nada mejor que decir al enterarse que veníamos desde Sevilla.
Llegamos a Fregenal tras viajar unos 15 o 20 minutos escoltados por dos agentes motorizados, cuya función era avisar a los conductores de los coches de que venía un autobús detras, por si acaso estaban ciegos, al igual que el pobre agricultor al que atropellamos. Fueron probablemente los 15 minutos más largos de nuestra excursión, teniendo en cuenta el estado de nuestro chófer, y la confianza que podíamos tener en él en aquel momento.

En la estación de Fregenal estuvimos otro cuarto de hora aproximadamente, tiempo suficiente para otro bocadillo, hasta que llegó el flamante autobús azul eléctrico, el mismo en el que no habíamos querido subirnos aquella misma mañana, para rescatarnos. Al subir comprobamos que, por el Torero, habíamos renunciado al lujo, y aún viendo que ese autobús era mucho más sofisticado, nos despedimos con lágrimas de nuestro Torero y de su chófer, al que dejamos abandonado a su suerte.

A partir de ahí todo transcurrió como estaba previsto, pero con cuatro horas de retraso. Llegamos a Mourão, vimos el castillo, nos encontramos con nuestros compañeros (tras buscarlos incesantemente por todos los alrededores del pantano, los divisamos desde la torre norte del castillo), y finalmente, con los profesores, que llegaron poco después para, en el poco tiemo de excursión que nos quedaba, explicarnos algo sobre lo que habíamos ido a ver.
Sobre la visita de Mourão no quiero extenderme, si alguien lo quiere hacer que lo haga en la plataforma de enseñanza virtual y le pida a Montse que lo apruebe.

Al atardecer, y viendo ya que el tiempo iba en nuestro contra, Mario recibió una llamada: El otro autobús había llegado y ya podíamos regresar. 
"¿El otro autobús?" Se preguntaron muchos. Sí amigos, y cual fue nuestra sorpresa cuando, justo en frente del lujoso autobús azul nos encontramos con un gran vehículo blanco, con rayas verdes. "El Torero 2", réplica exacta del que todos llevábamos en la cabeza, había viajado desde Sevilla, tras una llamada de nuestro chófer, para llevarnos de vuelta. El chófer, por supuesto, era otro, pero eso no significa que conduciera mejor (hubo cuatro intentos, al menos, de provocar un accidente).

Vuelta a empezar. Una nueva odisea, por el mismo camino, con las mismas piedras por pisar, pero con destino a nuestro hogar (la ETSA es nuestro hogar, reconozcámoslo), acababa de comenzar. Pero eso, amigos, es otra historia.


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