Perder, esa es la palabra.
Un segundo. Ese es el tiempo necesario,
o quizá algo menos.
Doce meses y doce retoños.
Doce heridas profundas que velaban
al segundero, cómplice del dolor,
del tiempo que inevitablemente pasaba,
de la crisálida rota en lágrimas;
de la sangre, que aún brotaba.
Perder, ese escalofriante sentimiento
que no necesita de un ganador.
Perder, como perdimos el control
de nuestra vida al nacer.Esa es la palabra: perder.
Un segundo. Ese es el tiempo necesario,
o quizá algo menos.
Doce meses y doce retoños.
Doce heridas profundas que velaban
al segundero, cómplice del dolor,
del tiempo que inevitablemente pasaba,
de la crisálida rota en lágrimas;
de la sangre, que aún brotaba.
Perder, ese escalofriante sentimiento
que no necesita de un ganador.
Perder, como perdimos el control
de nuestra vida al nacer.Esa es la palabra: perder.
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