3 de octubre de 2008

En las horas perdidas


Escucho el agua. Un rugir de espuma blanca que hace que se desmorone mi mundo de agobios y prisas inventadas, el leve sentir del tiempo, que por momentos se para.
Aquí, junto a la falsedad de mi mundo de relojes en una apartada isla dentro de la misma verja, me doy cuenta de lo insensatos que podemos ser con las prisas de este mundo insípido.
Aquí, viendo pasar las horas, comienzo a descubrir que se puede saborear, que se puede sentir, oler, tocar lentamente, sin agobios, cada minuto, en silencio, adivinando cada arruga del vórtice maligno del tiempo, de las agujas afiladas del reloj, de la peligrosa cuchilla del motor que mueve el mundo.
Aquí, ahora, sobre este césped, bajo el amparo y la sombra de los guardianes perennes, me enorgullezco de haber hallado una vida, entre las horas perdidas.

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