7 de noviembre de 2008

Habitar en un cuadro



¿Se puede vivir en un cuadro? ¿Puedo habitar en una foto? ¿En un dibujo? ¿En un recuerdo? ¿En un sueño?
Soy un espejismo más de este mundo al que llamamos real, al que hacemos imitaciones virtuales de última generación, al que destrozamos un poquito cada día. Un personaje más de este gran cuadro anónimo de trazos imperfectos y enrevesados.
Y en la realidad, en mi realidad, en lo que nos parece tangible, me hallo aferrado a una foto en color en la que quiero vivir.
Esa foto puede hablarme, con su voz de papel impreso; puede escucharme, cuando le hablo con los ojos; puede tocarme, con el tacto de sus píxeles infinitos. Al menos, así lo creo yo. Al menos, así lo quiero sentir.
Y el mundo en esa foto es más grande que el de afuera, y el tiempo pasa lentamente mientras ella pestañea, y puede pararse repentinamente para comenzar de nuevo con un sueño, en un recuerdo de lo que no fue.
Puedo vivir en un cuadro, es evidente, pero ¿por cuánto tiempo? Y lo que es peor aún, ¿puedo vivir fuera del cuadro?
Las noches que navego por sus extensos mares, los sueños en que pierdo la noción del tiempo, las mañanas que despierto al lado de la foto, ¿cuándo acabarán? Porque no me da miedo habitar eternamente en un cuadro, en un simple recuerdo o en un vago sueño. Lo que realmente temo es ese momento de volver a la realidad, o a lo que vosotros, los de fuera, llamáis mundo real. Ese cuadro sin marco del que salí hace tiempo para encerrarme en mi foto. Temo mucho lo que pueda encontrarme al salir de mi sueño, de mi propio mundo, tengo miedo de no reconocer la casa de donde salí, de no saber vivir fuera del cuadro en el que me adentré.
¿Y si no quiero salir? ¿Y si me gusta habitar los cuadros, y quiero seguir haciéndolo cuando salga de este?
Hoy en la pared sobre mi cama veo el hueco del próximo cuadro que la poblará, del dibujo de esa nueva habitación por habitar, de ese nuevo sueño que conquistar, de ese nuevo mundo en el que vivir.
Pero temo, de nuevo temo. ¿Puedo vivir acaso en un cuadro que aún no he visto? ¿Y si abandono mi foto, mi maldita foto, para habitar en ese nuevo cuadro que aún ni tan siquiera he visto?
Ansío salir de esta eterna fotografía que me atrapó, pero ya he dicho que temo al mundo del exterior. La única solución es la mudanza, y se que un día me mudaré.
Y de nuevo tengo miedo. ¿Y si me mudo ahora? ¿Qué pasará? ¿Y si abandono mi foto y doy el salto hacia el nuevo cuadro, hacia el boceto de la nueva vida sobre la pared encima de mi cama?
Podría hacerlo, sin duda, soy capaz. Pero no se por cuanto tiempo podré habitar mi nueva casa. Me asusta pensar que un día, en mi desesperación, opte por abandonar el cuadro nuevo y retornar a la maldita foto de la que aún no he salido. Me aterra herir los sentimientos del cuadro que habitará el hueco de la pared encima de mi cama.

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