20 de noviembre de 2009

Hojas muertas


Iba caminando. Sólo miraba sus pies. Andaban a un ritmo acompasado, tranquilo, pero autómata. Su ritmo sólo se veía manchado, a veces, por las desordenadas intervenciones de algunas hojas de plátano tumbadas por el otoño. Dejó de distinguir en el suelo las sombras, y entonces alzó la vista.

Por fin, más tarde que temprano, parecía llegar el frío, y venía acompañado de una espesa capa blanquecina que cubría lo que ayer fue una bóveda celeste. Con una sonrisa de suficiencia, parecía no echar de menos al sol. Es normal, supongo, cuando tus recuerdos veraniegos son los viajes al norte, al frío, al cielo gris, al aire puro del invierno perpetuo.

Sonreía, ahora siempre sonreía. Las pocas veces que dejaba caer una lágrima, eran para recordar la lluvia, muy escasa en estos días, aunque sabía que pronto vendría ella también para ser testigo de su nueva vida.
Y así, sonriendo cabizbajo mientras miraba las hojas muertas, caminaba hacia su casa entre los primeros abrigos, que comenzaban a abandonar los armarios. El invierno llegaría, aunque no fuera puntual. Y eso le animaba a seguir sonriendo.


Por fin parece que el verano empieza a rendirse.

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