11 de junio de 2009

Junio




Junio. Probablemente el mes más largo del año, con muchísima diferencia. Quizá porque lo veo con ese filtro arquitectónico que no se puede comprender desde fuera. 

Y pese a todo, vengo de jugar a la Nintendo 64… ¿Qué me diría Víctor? El buen hombre lleva dos días machacando a piñón la entrega de Planeamiento para corregir hoy, sin saber que el Corpus Christi le iba a romper todos sus planes. No sabía que hoy era fiesta, ¿y quién podía saberlo? Yo ni siquiera sabía que era jueves, ni creía que eso importara. Supongo que cuando todos tus días se basan en dormir cuatro horas, y pasar 19 delante de un ordenador y el CTE, el calendario gregoriano es de las cosas que menos te importan. 

No nos podemos quejar, vivimos bien, y eso que hace apenas una hora se declaró una pandemia. Pero lo que vi ayer, eso no tiene nombre…

Bajaba la escalera de la segunda planta de la ETSA, cuando vi a un personaje, un tanto peculiar he de decir, agachado en el pasillo frente a la puerta de un despacho. Parado en el cuarto o quinto escalón, lo vi mirar desesperado a uno y otro lado del pasillo, y tras comprobar que estaba solo, algo inusual en esta escuela, abrió la carpeta de papel Craft que llevaba, y se puso a cambiar y ordenar unos planos, probablemente alguna entrega a contrarreloj. Ordenar, rotular, y entregar. ¿Cómo? Por debajo de la puerta del despacho. 

Satisfecho con su maniobra, el chaval bajó la escalera raudo, probablemente dirigiéndose a su casa, donde la cama lo esperaba desde hacía tres o cuatro días, cualquiera sabe… 

Es lo más ratón que he visto en esta carrera de prisas, sudores, sueño y agobios. Desde luego, supera a los alumnos de primer curso tirados por los pasillos peleándose con AutoCAD. Y son éstas cosas, en el ecuador de mis estudios, las que me hacen plantearme hasta qué punto nos merecen la pena las horas sin dormir. 

Por cierto, el despacho era de Proyectos 3.


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