6 de octubre de 2009

Instinto


Tenía un olor dulce, pero con un toque amargo que le hacía delirar al filo de lo imposible. No llegó a probarlo, pero aspiraba hasta la extenuación para impregnar sus pulmones de él. Se sentía un animal cuando expulsaba poco a poco su empalagoso aroma y, a veces, le repugnaba incluso pensar en lo que estaba acostumbrándose a hacer. Pero su olor, ese olor dulzón, pesado, amargo sólo en su justa medida...

No tenía lógica, lo sabía, al menos no la lógica que se esperaba de un hombre como él.

Sabía que lo instintivo era probarlo, beber el tan ansiado jugo que su cuerpo le pedía. Su textura, más viscosa que la miel, le hacía recuperar la poca cordura que quedaba en su conciencia humana. Y entonces, igual que ya había hecho las otras veces, se limitó a oler su sangre una vez más, y después de enjuagar sus manos pegajosas, abandonó el cadáver sin vísceras de la joven que lo había llevado a pasear.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo mejor que te he leído. Es bueno.

Rafa dijo...

¡Gracias amigo anónimo!