1 de febrero de 2009

Resignación


¿No es acaso perfecto nuestro amor, uno en el que no hay que tocarse? En el que no hay apenas que verse, en el que el tiempo no hace mella. Un objeto recíproco de inspiración que nos hace escribir, y que no precisa que nos leamos, pues todo lo que está escrito, de alguna forma, ya lo sabemos. O lo supimos desde un principio.

Ya sé que no te voy a olvidar, convéncete también. No sé si es malo o bueno, hago caso omiso de opiniones y sugerencias. Uso los consejos de consuelo para convencerme de que el mundo no es culpable de no entendernos, la mediocridad no entiende de amores perfectos como el nuestro, no sabe de sentimientos tan profundos que no necesitan expresarse, que no se debilitan con el lento paso del reloj, que no temen a distancias infinitas, que no pueden ser controlados, y que tienen la fuerza necesaria para dar la vida, o quitarla.

Dos palabras. Tan sólo dos palabras que he intentado decir de muchas formas, y que hace tiempo me di cuenta, que no es necesario decirlas. Porque tú también las sientes. Porque también son tuyas, como yo, de alguna forma, de la misma que hace que tú me pertenezcas.

Te inspiro, me inspiras, nos amamos, callamos, me resigno, te acostumbras… y empezamos a morir.

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